Reseña
El retrato de Anselma, de Débora Arango, resulta aparentemente más simple que el de Guineo, que corresponde aproximadamente a las mismas fechas, pero en el fondo es más inquietante y se revela más cargado de fuerza poética. De nuevo nos encontramos frente a una persona corriente, quizá insignificante, indigna de entrar en las torres de marfil del arte, si se la considera con los parámetros de las ideologías artísticas tradicionales. En efecto, Anselma es la vieja empleada doméstica de la casa familiar, un personaje sin una historia heroica sino cotidiana quien, según recordaba Débora Arango, se lamentaba por la cantidad de veces que se había visto obligada a servirle como modelo para sus retratos. Es evidente que la pintura resulta más esencial, menos expresionista que el retrato de Guineo. En Anselma casi nada importa por fuera del personaje mismo: ni el fondo uniforme y plano, ni el vestido que se limita apenas a servir de base a la figura, ni las pinceladas que no buscan protagonismo alguno. Y esa rigurosa economía tiene como consecuencia que nos centremos de lleno en el rosto mismo de la mujer, que se nos impone, entonces, como la única realidad significativa que nos entrega la obra. El retrato aparece intensamente trabajado como resultado de un conocimiento largo y reposado del personaje; no se nos ofrece un instante, un movimiento o un gesto pasajero, congelados gracias a la pintura sino, por el contrario, una especie de escultura pintada, largamente tallada hasta llegar a los rasgos esenciales que revelan su personalidad que, en definitiva, es lo que interesa descubrir. Porque el de Anselma es un retrato intensamente psicológico, sin adornos ni maquillajes, logrado a partir de los profundos surcos que cruzan su frente y sus mejillas, de la boca apretada que parece repetir la tristeza de los ojos cansados, y de los párpados cargados bajo los trazos de las cejas que los intensifican; sin idealizaciones ni referencias estetizantes; sin gritos expresivos ni estridencias sino, por el contrario, duro, serio, silencioso. Aunque no sepamos nada de ella ni de su historia, el retrato que Débora Arango realiza de Anselma nos revela una mujer cargada de experiencia tras una vida de esfuerzo, cansada y triste, quizá inquieta y, en el fondo, tal vez profundamente sola. No nos mira; de hecho parece escabullir nuestra mirada como si quisiera impedirnos que descubriéramos sus pensamientos, lo que nos deja como única posibilidad la de leer su historia a través de las huellas que la vida a dejado en su rostro. Si frente al retrato de Guineo sentimos que Débora Arango nos muestra un momento fugaz de la vida de la ciudad y de su paisaje humano, en el de Anselma quizá podemos descubrir una idea diferente, también definitiva en toda su vida artística: la de que solo es posible aproximarse a una comprensión de la realidad a través de la convivencia con ella y de una mirada analítica que sepa descubrir las tormentas interiores que habitan en todos los seres humanos
Biografía del autor
Débora Arango Pérez nació en Medellín en 1907. En 1933 se convierte en alumna de Eladio Vélez pero lo abandona un tiempo después porque busca una pintura más expresiva que encuentra en Pedro Nel Gómez quien en ese entonces pinta los frescos del Palacio Municipal de Medellín. En 1939 participa en una exposición en el Club Unión de Medellín, donde presenta óleos y acuarelas, incluyendo algunos desnudos; Débora Arango recibe el primer premio, lo que desata una oleada de rechazos, especialmente contra sus desnudos. En la década siguiente los ataques fueron cada vez más violentos, a medida que la artista intensificaba también la crítica a la hipocresía, a la doble moral, a la falsa religiosidad, a la violencia contra la mujer, con la pintura más expresionista creada hasta entonces en Colombia. En 1940, por invitación del Ministro de Educación Jorge Eliécer Gaitán, realiza una exposición en el Teatro Colón de Bogotá que ocasiona un agresivo debate del líder conservador Laureano Gómez contra Gaitán, con lo que la obra y el conflicto que genera alcanzan resonancia nacional. Con la llegada al poder del partido conservador en 1946 y el asesinato de Gaitán en 1948 la obra de Débora Arango adquiere una virulenta dimensión de crítica política. Tras numerosos ataques, la artista decide dejar de exponer. En 1984 el Museo de Arte Moderno de Medellín presenta gran parte de su obra que más tarde ella dona a la colección del Museo. Falleció en Medellín en 2005.
Carlos Arturo Fernández – Grupo de Teoría e Historia del Arte en Colombia, Universidad de Antioquia