Reseña
Ambas piezas evidencian su prodigiosa capacidad, no solo para el grabado sino para su descomunal manejo de posibilidades de planos en ese juego de luz y sombra que permite el conocimiento del uso de la plancha de metal. Las dos obras corresponden a una de las más desgarradoras escenas jamás grabadas en nuestro medio: los acontecimientos de octubre de 1968. A través de estos aguafuertes, el drama de Tlatelolco va siendo narrado dentro de prisiones o presiones claustrales de las cuales emana angustia o impotencia y nos hace reflexionar, a través de la denuncia social, de todo lo que limita la capacidad del hombre.
Biografía del autor
En el año de 1939, con motivo de la Guerra Civil española, viaja a México, donde a la par que proseguía su enseñanza, su gran afición por la pintura lo lleva a inscribirse en la Escuela Nocturna de Artes en 1944 y estudiar bajo la dirección de Santos Balmori. Al año siguiente, ingresa en la Escuela de Artes del Libro y de 1945 a 1948 se inicia en el arte del grabado bajo la dirección de Carlos Alvarado Lang, que posteriormente llegan a considerarlo como su digno sucesor. El arte de los grandes maestros, Orozco y Siqueiros, influye en su producción pero no la opaca sino que la enriquece, otorgándole elementos creativos muy valiosos. Trabaja de 1946 a 1976 como ilustrador en la Imprenta Universitaria de la Universidad Nacional, en el Departamento Editorial de la Secretaría de Educación, en el Museo Pedagógico Nacional y en diversas editoriales. Sus trabajos como ilustrador poseen finura, gracia y perfección técnica. En la Universidad colabora intensamente y, de manera principal en la Biblioteca del Estudiante Universitario, en la que trabaja en honrosa igualdad con Julio Prieto y Francisco Monterde Fernández, los diseñadores más importantes de esa colección. En 1958 obtiene una ayuda para viajar a Europa. Recorre galerías y museos de Francia, Italia, Austria, Suiza, Inglaterra y España. Analiza las nuevas técnicas, principalmente las relacionadas con las artes gráficas. Trabaja en empresas como Kodak Mexicana, Juama, S.A. y otras con las que acrecentó sus conocimientos en la pintura y el grabado. Obtiene en la UNAM, por oposición, la cátedra de grabado y en esta labor persevera sin menguar en nada, su obra personal que realiza sin interrupción hasta el año de su temprana muerte el 13 de marzo de 1995. Su pintura de caballete reúne, en opinión de los críticos, un virtuosismo obsesivo en el oficio, junto con el sentido humanista de lo que expresa. Capdevila se inserta en el realismo de la escuela mexicana de la que tiene afinidades e influencias, como también las tuvo de Goya. El valioso y libre desempeño de su actividad le lleva a ser miembro, desde 1954, de la Sociedad Mexicana de grabadores; del Salón de la Plástica Mexicana; del Consejo Consultivo del Museo de Arte Moderno y en 1987 Académico de Número de la Academia de Artes. Expone, en presentaciones individuales, desde 1962 en México y en Holanda, así como en Washington, Tokio, París, Suiza, Panamá, Colombia, Ecuador, Buenos Aires, Berlín, Los Ángeles y Madrid. En México, en 1957 obtiene el Primer Premio Nacional de Grabado; en 1956 el Premio del Salón Nacional del Grabado; en 1960 Mención de Honor en grabado en la Segunda Bienal Interamericana de México; en 1970 recibe la alternativa de grabador de manos de Gabriel Fernández Ledezma al ilustrar el magnífico libro “El Coyote” y en 1972 y 1974 Medallas de Oro y plata en la bienales internacionales celebradas en Florencia, Italia. También en donde deja una muestra perdurable de su grandeza como ilustrador.