Reseña
La pintura de Fídolo Alfonso González Camargo impresiona por su intimidad. En la época en la cual trabaja, que se reduce básicamente a la segunda década del siglo XX, y después de recibir en los años anteriores la influencia de Andrés de Santa María, González Camargo se aparta de las formas del arte académico, relamidas y preciosistas, que imponía el gusto de la época, y busca sus respuestas en las ideas postimpresionistas que empezaban a circular en el país. Además de la admiración por Santa María, existen testimonios muy cercanos de su preocupación por Cézanne en quien descubre el potencial constructivo de la luz, del color y de la pincelada que son los elementos a través de los cuales se aproxima a la comprensión del mundo cotidiano que, en definitiva, es su interés fundamental. De manera similar a Cézanne, González Camargo busca comprender el proceso que se da entre la experiencia directa de un aspecto de la realidad y su transformación en pintura; en otras palabras, no permite que la pintura se detenga en los detalles que solo tienen que ver con la apariencia de las cosas, sino que busca una representación esquemática en la cual todos los elementos de la obra contribuyan a la manifestación del sentido de esa realidad que él ha percibido a través de su experiencia. El chino de González Camargo no se limita a ser un retrato más o menos acertado de un personaje cotidiano sino que se empeña en transmitir todo lo que el encuentro con ese niño ha representado para el pintor. Conviene recordar que, en la jerga bogotana, un chino es un niño, casi siempre uno de la calle, y que dependiendo de la entonación, la palabra puede ser despectiva, imperativa, cariñosa e incluso tierna, como ocurre en esta pintura. Por una parte, el niño está caracterizado por su vestimenta, con el pantalón corto y los pies descalzos en una ciudad fría y de frecuentes lluvias, y la actitud respetuosa de sostener el sombrerito en sus manos. Pero se destaca de manera especial su rostro donde con escasas pinceladas González Camargo logra generar un gesto asustado, casi al borde del llanto; y es claro que el artista centra su atención en ese rostro que parece ver muy de cerca, tanto que el resto del cuerpo de reduce como si mirara todo desde arriba. Y además se crea un contraste, que puede tener un sentido figurado pero que no es fácil de explicar en la realidad, entre el fondo oscuro contra el que se recorta la figura del niño y la zona luminosa que parece escaparse hacia la derecha de la pintura. En definitiva, no es la exterioridad lo que interesa a González Camargo sino la realidad íntima que descubre en un personaje callejero, aparentemente insignificante pero tratado con el mayor respeto y admiración; pero su gran logro, el que define la peculiaridad de su trabajo, fue encontrar la manera de manifestar esos mundos interiores a través de la pintura. Durante mucho tiempo la obra de Fídolo González Camargo fue casi totalmente olvidada; teniendo en cuenta sólo los temas tratados, fue clasificado como “costumbrista”, en momentos en los cuales eso quería decir que la suya era una obra menor. Sin embargo, en las últimas décadas, bajo una mirada histórica y cultural diferente, en estos trabajos hemos descubierto el potencial significativo e íntimo de la experiencia.
Biografía del autor
Fídolo Alfonso González Camargo nació en Bogotá en 1883. Empezó a estudiar en la Escuela de Bellas Artes hacia 1902, cuando fue reabierta tras la Guerra de los Mil Días, prolongando su formación hasta 1906, aproximadamente. Por tanto, debió recibir la influencia de Ricardo Acevedo Bernal, director entre 1902 y 1903, y luego la de Andrés de Santa María, director a partir de 1904; quizá a Santa María se refiere el empuje moderno que caracteriza toda la obra de González Camargo. Fue director de arte de la revista El Gráfico, fundada en 1910, una de las más importantes de la época; allí, entre 1912 y 1921, aparecieron sus ilustraciones, dibujos y caricaturas de fuerte carga política. Hacia 1915 se aparta totalmente de las tradiciones académicas y produce una obra austera, de profunda introspección, frente a la cual él mismo insistía en la presencia de Cézanne. En 1921, tras la muerte casi simultánea de su madre y una de sus hermanas empieza a perder rápidamente el contacto con la realidad, enmudece y pierde la capacidad de alimentarse; finalmente es internado en el manicomio de Sibaté, donde fallece 20 años después, en 1941, a los 58 años de edad.
Carlos Arturo Fernández – Grupo de Teoría e Historia del Arte en Colombia, Universidad de Antioquia.