Reseña
Orozco se plantea el drama de la dominación española, con su saldo de masacres. Durante los años cuarenta, en la obra de Orozco, se revela la más profunda crítica histórica, conteniendo así mismo su mayor fuerza dramática. El artista decía: » a mí me gustan más el negro y las tierras excluidas de las paletas impresionistas. En vez de crepúsculos rojos y amarillos, pinto las sombras pestilentes de los aposentos cerrados y en vez de indios calzonudos, damas y caballeros borrachos». La composición tiene mayor fuerza del lado izquierdo, donde se encuentran los aztecas, dándole una agresividad mayor con los colores y las pinceladas fuertes y en diagonal. En cambio del lado derecho, donde se sitúan los españoles parece minimizarlos y las pinceladas que delinean a los personajes son más sutiles.
Biografía del autor
Muralista mexicano. Unido por vínculos de afinidad ideológica y por la propia naturaleza de su trabajo artístico a las controvertidas personalidades de Rivera, Siqueiros y Tamayo, José Clemente Orozco fue uno de los creadores que, en el fértil período de entreguerras, hizo florecer el arte pictórico mexicano gracias a sus originales creaciones, marcadas por las tendencias artísticas que surgían al otro lado del Atlántico, en la vieja Europa. A los veintitrés años ingresa en la Academia de Bellas Artes de San Carlos para completar su formación académica. Durante cinco años, de 1911 a 1916, para conseguir los ingresos económicos que le permitieran dedicarse a su vocación, colabora como caricaturista en algunas publicaciones, entre ellas El Hijo del Ahuizote y La Vanguardia y realiza una notable serie de acuarelas ambientadas en los barrios bajos de la capital mexicana, demostrando en ambas facetas una originalidad muy influida por las tendencias expresionistas. Su primera exposición pública es en 1916, en la librería Biblos de Ciudad de México, constituida por un centenar de pinturas, acuarelas y dibujos que, con el título de La Casa de las Lágrimas, estaban consagrados a las prostitutas y revelaban una originalidad en la concepción, una búsqueda de lo «diferente» que no excluía la compasión y optaba, decididamente, por la crítica social. Orozco consigue dar a sus obras un cálido clima afectivo, una violencia incluso que le valió el calificativo de «Goya mexicano», porque conseguía reflejar en el lienzo algo más que la realidad física del modelo elegido. Una fecha significativa en la trayectoria pictórica de José Clemente Orozco es el año 1922. Por ese entonces se unió a Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y otros artistas para iniciar el movimiento muralista mexicano, que tan gran predicamento internacional llegó a tener y que llenó de monumentales obras las ciudades del país. Orozco opta por el «compromiso político», sus temas referentes a la Revolución reflejan, con atormentado vigor e insuperable maestría, la tragedia y el heroísmo que llenan la historia mexicana, pero que dan fe también de una notable penetración cuando capta los tipos culturales o retrata el gran mosaico étnico de su país. En 1928 el artista decide realizar un viaje por el extranjero. Se dirigió a Nueva York para presentar una exposición de sus “Dibujos de la Revolución”; inicia, de ese modo, una actividad que le permitirá cubrir sus necesidades, pues Orozco se financia a partir de entonces gracias a sus numerosas exposiciones en distintos países. Su exposición neoyorquina tiene un éxito notable, que fructifica dos años después, en un encargo para realizar las decoraciones murales para el Pomona College de California, de las que merece ser destacado un grandilocuente y poderoso Prometeo; en 1931 decoró, también, la New School for Social Research de Nueva York. Los beneficios obtenidos con su trabajo en Nueva York y California le permiten llevar a cabo el soñado viaje de ir a Europa. Su obra puede enmarcarse en un realismo ferozmente expresionista, fruto tal vez de su contacto con las vanguardias parisinas, a pesar de su consciente rechazo de las influencias estéticas del Viejo Mundo; el suyo es un expresionismo que se manifiesta en grandes composiciones, las cuales, por su rigor geométrico y el hieratismo de sus robustos personajes, nos hacen pensar, hasta cierto punto, en algunos ejemplos de la escultura precolombina. Hay que recordar al respecto que Orozco, Rivera y Siqueiros, el «grupo de los tres» como les gustaba llamarse, defendían el regreso a los orígenes, a la pureza de las formas mayas y aztecas, como principal característica de su trabajo artístico. Cuando en 1945 publica su autobiografía, el cansancio por una lucha política muchas veces traicionada, el desencanto por las experiencias vividas en los últimos años y, tal vez la edad, refleja desengaño y pesimismo. Europa nunca llega a comprenderle, porque sus inquietudes estaban muy alejadas de las preocupaciones que agitaban, en su época, al continente, y porque no entendía, tampoco, el contexto social en el que Orozco se movía. Hay que poner de relieve, como muestra del trabajo y las líneas creativas del pintor, las obras que realizó, entre 1922 y 1926, para la Escuela Nacional Preparatoria de México D. F., entre las que hay un Cortés y la Malinche, cuyo tema refleja un momento crucial en la historia de México; de 1932 a 1934, realiza para la Biblioteca Baker del Darmouth College, Hannover, New Hampshire, Estados Unidos, una serie de seis frescos monumentales, uno de los cuales, “La enseñanza libresca” genera monstruos, que supone una sarcástica advertencia en un edificio destinado, precisamente, a albergar la biblioteca de una institución docente. Para la Suprema Corte de Justicia de la actual Ciudad de México Orozco realiza en 1940 y 1941 dos murales que son un compendio de las obsesiones de su vida: “La justicia” y “Luchas proletarias”; en 1948 y para el Castillo de Chapultepec, lleva a cabo el que debía ser su último gran mural, como homenaje a uno de los políticos que por sus orígenes indígenas y su talante liberal más cerca estaban del artista: Benito Juárez. Miembro fundador de El Colegio Nacional y Premio Nacional de Artes en 1946. En la producción de sus años postreros puede advertirse un afán innovador, un deseo de experimentar con nuevas técnicas, que se refleja en el mural “La Alegoría Nacional”, en cuya realización utilizó fragmentos metálicos incrustados en el hormigón. Su aportación a la pintura nacional y la importancia de su figura artística influyen para que el presidente Miguel Alemán ordenara que sus restos recibieran sepultura en el Panteón de los Hombres Ilustres.